Los que me inspiran


"Así, cada iglesia, cada religión, cada comunidad humana, es sólo un lugar de paso, una tienda sobre la tierra, para peregrinos que están en su camino a la ciudad de Dios." Bede Griffiths

"Debemos expresar apasionadamente nuestra visión y cada uno debe gritar del modo en que mejor sepa hacerlo" Ken Wilber



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viernes, 10 de mayo de 2013

Mi experiencia con las editoriales





   Sigue habiendo muchísima gente que piensa que los escritores que no consiguen editorial es porque escriben mal. Lo real es que desde hace muchísimo tiempo, muchas décadas,  conseguir que una editorial  publique a un autor desconocido fue “misión imposible” (sí, como aquella famosa serie de televisión).  Son numerosos los ejemplos de grandes y/o famosos escritores que fueron repetidamente rechazados por las editoriales al principio de su andadura. Ernesto Sábato tuvo que publicar su primera novela “El Túnel” en la revista Sur porque todas las editoriales lo habían rechazado. Sabemos de innumerables rechazos que tuvo Hemingway, y a Richard Bach le despreciaron innumerables veces el posterior best seller “Juan Salvador Gaviota”, y eso que era en Estados Unidos y  tenía agente literario. 
   ¿Los motivos de esto?  Muchos: el riesgo, la falta de certeza, la gran inversión que supone lanzar un autor nuevo. Hoy en día, además, es mayor la oferta de escritores que la demanda. Desde el auge de la imagen la gente lee muchísimo menos, y a su vez  somos más los que escribimos. Para conseguir una editorial hay que reunir muchos requisitos, de los cuales la calidad literaria es apenas uno, y no el más importante. No voy a enumerar los otros factores, hay al respecto artículos de sobra en muchas páginas, y yo misma digo algo en otro post de este blog.
   Pero como mi contacto con las editoriales me causó bastante sufrimiento, quiero contar mis desventuras, aunque lo haré sin dar nombres. Es innecesario, genera resentimientos, no sirve para nada.
   Cuando terminé de escribir Violeta y el Camino de los 22 Arcanos (a fines de 1999) era totalmente ignorante acerca de cómo conseguir una editorial. Me moví buscando contactos (en la Argentina no hay, o al menos no había en esa época, agentes literarios) y escribiendo a algunas editoriales de España. Estas últimas, aunque rechazaron recibir el material, fueron amables y me respondieron. Ese pequeño gesto las redime, porque no voy a quejarme por haber sido rechazada. Voy a quejarme porque fui tratada de un modo que se acerca a la humillación.
   Apenas iniciados mis intentos, comprobé que en mi país no era difícil conseguir que una editorial recibiera mi manuscrito. Y logré que una editorial muy famosa de Buenos Aires -editorial que en ese entonces era independiente y que ahora forma parte de una multinacional de la edición- recibiera mi manuscrito. La persona que lo recibió  y que funcionó como contacto me trató como a una reina, me dio una tarjeta del director de la editorial y me dijo que espere un poco.
   Después de un tiempo prudencial, y al no recibir noticias, traté de comunicarme con el director  o con su secretaria.  Nunca lo conseguí. Lo único que conseguí -después de muchos intentos- es que la persona que había recibido el manuscrito me atendiera por teléfono, con malas maneras, y me dijera que “Ese es el estilo habitual en las editoriales. No te responden ni te devuelven el manuscrito.  Es así. Si algún día, en el futuro,  les interesa, se comunicarán contigo”.
   Años más tarde, descubrí que un autor de libros de autoayuda, que publicaba en esa misma editorial, había usado de una manera muy discreta algunos elementos de mi novela. Después, una persona que sabe lo que pasa en el mundo editorial me confesó que eso es normal. “Las editoriales reciben los manuscritos para usar lo que puedan -me dijo-  quieren saber qué es lo que se escribe, pero luego dan ese material a sus escritores ya consagrados en el mercado, para que se inspiren y usen lo que les sirva”. Por supuesto, yo esto no lo sabía, ni lo sabe la mayoría de la gente que compra libros.
   Otra editorial, pequeña, de provincias (y debo reconocer que en este caso me trataron  muy bien y leyeron la novela, la cual les gustó), considerando que su mercado era muy pequeño, mandó el manuscrito a una gran empresa editora  de Buenos Aires, con la idea de plantear una coedición con ellos. La respuesta fue un rechazo, avalado por el comentario de uno de sus editores. Era un comentario neutro, que describía la temática, pero lo que me llamó la atención fue el total desconocimiento del editor respecto a los temas de la novela. ¿Cómo se puede juzgar algo que se desconoce?
   Después de otro par de intentos, descorazonada, no hice más nada por publicar durante muchísimos años.
   Cuando registré el manual, en el año 2007, decidí probar de nuevo. Alguien me habló de una conocida editorial, especializada en mis temas, que estaba recibiendo textos para su lectura.   Lejana en el tiempo mi mala experiencia con la novela, imaginé que como esta editorial estaba especializada en temas esotéricos y espirituales tendría una conducta más ética.
   Y les mandé un mensaje (ya eran los tiempos de Internet), el cual  me contestaron muy interesados, diciendo que les enviara el manuscrito. Una serie de sucesos ajenos a mi voluntad impidieron que lo hiciera, pero ya había presentado en mi mail lo que se llama “propuesta editorial”,  donde hay datos acerca del libro, un breve resumen del contenido, etc.
   Pocas semanas después supe que una autora de dicha editorial había comenzado a dar talleres,  cuya temática  indicaba claramente que había leído mi “propuesta editorial”. Ante esa evidencia  me alegré mucho de no haber enviado el texto, y comprendí que esos sucesos que impidieron que lo hiciera habían sido una ayuda cósmica.
     Historias parecidas podrían contar gran parte de los escritores rechazados por las editoriales. Y creo que es un asunto grave, muy grave. No tengo nada en contra de que nos rechacen. Una editorial es una empresa, y no está obligada a nada. Pero que nos traten mal, que nos roben ideas y nos plagien parte del material, lo cual hacen siempre de un modo hábil, de un modo discreto (saben como hacerlo):  eso es una ignominia.
    Y que me perdonen este testimonio las editoriales que no actúan de este modo. Seguramente las hay, y mi gran respeto hacia ellas.  Me he limitado a contar mi experiencia, que es la de muchos otros autores. Y la cuento porque no tengo ninguna expectativa respecto al mercado editorial tradicional. Ya no busco una editorial, soy una autora que se edita a sí misma. Y como ya no soy joven, no creo que esto pueda cambiar. Pero la mayoría de los autores, sobre todo los jóvenes, siguen esperando que una editorial los descubra y los edite.  Debido a eso, no suelen contar sus experiencias, excepto en círculos privados.





   

3 comentarios:

  1. Me pareció un resumen EXCELENTE de lo que siempre ha sido la industria editorial por nuestros pagos.

    Ahora Internet cambió todo: Lulu.com, Bubok.com, Amazon...

    Las editoriales se volverán más amables a la fuerza, pero tarde: están en vías de extinción.

    Abrazos, querida!!!

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  2. Me deprimes =,( Osea, ¿que si mando mis libros a una editorial es casi imposible que me lo publiquen y encima pueden utilizarlo para su propio provecho contra mi voluntad? No es justo... =,(

    ¿Y con los consursos? También utilizan tus escritos para sí mismos sin decirte nada aunque no ganes y te los publiquen? Dime que no, por favor... Porque yo no tengo dinero para autoeditarme como dices que haces tú, y seguramente que tampoco lo tendré nunca...

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  3. María del Mar, no te deprimas, solamente he contado mi experiencia, y aunque es bastante común, no le ocurre a todos, sobre todo si son jóvenes y potencialmente mediáticos.
    En cuanto a autoeditarse on line, recién comienza y no requiere de dinero.
    Pero no hay reglas, y los milagros a veces ocurren.
    Animo y un saludo cordial

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